miércoles, 30 de marzo de 2011

Unas reflexiones respecto al Rococó


Igual como uno “a primera vista” puede identificarse con un personaje artístico o una corriente, puede suceder también el contrario: que pasan años hasta que uno encuentre el acceso hacia un estilo en particular.

Así me pasó con el Rococó, este “Manierismo del Barroco”, esta estética que acompaña la última fase del Absolutismo europeo y a la vez la época de la Ilustración. Los primeros que conocí eran François Boucher y Jean Honoré Fragonard y, francamente, me sorprendió su propuesta insignificante, frívola y coqueta, de escenas bañadas en colores pastel, un desfile de modas de vestimenta de seda mostrando a la aristocracia en plena autosuficiencia. ¿Dónde se escondía el ser pensante en estos cuadros?, ¿O el arte privilegiaba sólo a la intranscendencia y el espíritu ilustrado ni siquiera buscaba su propia expresión estética?...

Pero hay que matizar este juicio y meternos en el tiempo del cual estamos hablando: Mientras la filosofía y un sector de la Alta Burguesía (deseoso por participar en decisiones políticas) están preparando un profundo cuestionamiento del Absolutismo, las cortes hacen “como si no sucediera nada”: bailan, brindan, juegan a sus enredos amorosos, a sus decisiones políticas despreocupadas y confían que esto será su “derecho divino”. Este mundo, tal vez involuntariamente, está indudablemente plasmado en las obras de Boucher y su alumno Fragonard…, y está plasmado de forma exquisita: ¡Observen, no sólo las pinturas, sino también los grabados y dibujos de Fragonard! Hasta el trazo de la línea “baila”, es ligera, confiada, segura de sí misma y plasma el entorno en total convicción de que la vida es bella. En este sentido puedo entender que alguien “ama” a esta corriente. Es como los cuentos de hadas, princesas preciosas por todas partes y -para los adultos- algunas escenas de picardía.

Pero me seguía preguntando: ¿Y dónde está la Ilustración, este temperamento apolíneo, luminoso, sereno en su pensamiento claro y ordenado, confiando en el ser humano como un ser bondadoso que contribuye en el bien común?

Lo encontré poco a poco, y cada vez con más firmeza. Por ejemplo, en los retratos de Antoine Pesne (1683 – 1757). Aunque su vida era dedicada a la corte captó rostros que nos miran como si tuvieran plena conciencia de su propia condición. La obra “Dama de la corte” nos muestra a una mujer que lleva en su mano derecha una máscara y su mirada parece decirnos: “Podemos seguir jugando al gran teatro barroco-opulento, seguir con las fiestas y los disfraces donde no hay compromiso, pero igual podemos sentarnos y conversar sobre el destino del ser humano. Estoy preparada.”

Lo mismo -y de forma asombrosa- sucede en los retratos que realizó Maurice Quentin de la Tour (1704 – 1788), casi exclusivamente en la técnica de pastel. Sus personajes nos muestran rostros “modernos”, todavía “disfrazados” con su peluca, pero la chispa de la inteligencia, del ingenio, de la total claridad humana nos envuelve, y casi estamos a punto de decirles: “¡Hola, qué tal! Tengo ganas de platicar contigo.”

Y hay dos personas más todavía que quisiera mencionar: El primero es Jean Simeón Chardin (1699 – 1779) y con él abandonamos la corte y nos metemos en las casas burguesas. Casi al estilo Jan Vermeer nos invita a observar escenas sencillas de ocupaciones domésticas: dibujar, leer, ejercitar la observación como base para desarrollar un criterio propio. Aquí hay silencio, nada que distrae al pensamiento que se está desarrollando. Son momentos humildes pero con un potencial suficientemente poderoso para proyectar un futuro distinto.

El segundo es Antoine Watteau (1684 – 1721), el más temprano de los artistas “rococó”. Una vez más nos metemos en el mundo de los palacios, de tal grado que él fue considerado el pintor de las “fiestas galantes”. ¡Pero observen estos convivios! Watteau nos presenta atmósferas como si plasmara el presentimiento de que el ocaso está cerca. Hay cierta melancolía en sus cuadros, una alegría contenida. De pronto los personajes parecen estar aislados del bullicio, cansados de la gran fiesta.
El político y diplomado Charles Maurice de Talleyrand (1754 – 1838) dijo: “Los que no vivieron los tiempos antes de la Revolución Francesa no saben, que tan dulce puede ser la vida.” Esta dulzura encontramos en las pinturas de Antoine Watteau. Sin dimensión cursilona nos retrata un estado anímico tierno, pero en su caso parece abatido, como si fueran las cinco de la mañana y la gran risa que celebraba la noche se convirtió en una sonrisa de buena voluntad: Sus cuadros tienen algo de una despedida de lo que fue y (¡ojalá!) no volverá.

Puedo decir que, poco a poco, encontré los rasgos de la Ilustración en el Rococó, algunos muy tenues, otros con todo el rigor de una conciencia de la época que se estaba viviendo. Y una vez más, me estoy dando cuenta de que hay que mirar, observar y detenerse para apreciar las manifestaciones de cada momento de la historia. Siempre encontraremos muestras de personas que retratan el estado anímico latente de su tiempo, siendo ellos mismos igual observadores y reconociendo el arte como un testimonio que plasma una realidad determinada.




martes, 29 de marzo de 2011

François Boucher


Venus y Amor, 1742, François Boucher
François Boucher (París, 29 de septiembre de 1703 – París, 30 de mayo de 1770) fue un pintor francés, que gustó del estilo galante, propio de la época rococó.
Fue famoso por sus pinturas idílicas y voluptuosas de temas mitológicos, alegorías sobre pastores y por varios retratos de Madame de Pompadour. Uno de sus cuadros más conocidos es el Desnudo recostado (Alte Pinakothek de Múnich) cuya modelo se identifica como Mademoiselle Louise O'Murphy, de catorce años, una amante del rey Luis XV.


Honoré Fragonard ilustraciones con tinta

Rinaldo en  los jardines de  Armida, Honoré Fragonard

Paseo sombreado , Honoré Fragonard
Le Calendrier des vieillards, Honoré Fragonard

Honoré Fragonard

El cerrojo (Museo del Louvre de París).

Nació en Grasse (en la región de los Alpes Marítimos), hijo de un sastre especializado en la realización de guantes. Pronto fue enviado a París por su padre, allí demostró tal talento e inclinación hacia el arte que fue llevado ante François Boucher, quien reconoció las dotes del joven e inexperto Fragonard, pero decidió no gastar su tiempo en la formación del joven y a su vez le envió al taller de Chardin. Fragonard estudió durante seis meses bajo la tutela del gran luminista y volvió al taller de Boucher, donde supo adquirir el estilo de su maestro.


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Maurice Quentin de La Tour

Maurice-Quentin de La Tour,  Madame de Pompadour. 1752, pastel. Museo de Louvre.

Maurice Quentin de La Tour


Retrato Maria Fel, Maurice Quentin de La Tour

Maurice Quentin de La Tour

Autorretratopintado hacia 1750 (Museo de Picardía)

Maurice Quentin de La Tour (Saint-Quentin5 de septiembre de 1704 - ibidem; 17 de febrero de 1788); retratista rococó francés, que trabajó principalmente con la técnica delpastel. Dentro de sus clientes más afamados se encuentran VoltaireJean-Jacques RousseauLuis XV y Madame de Pompadour.


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Jean Siméon Chardin

Bodegón con gato y raya 1728 Museo del Louvre, París

Jean Siméon Chardin, llamado sin razón, incluso en vida, Jean-Baptiste-Siméon (París, 2 de noviembre de 1699 – 6 de diciembre de 1779), está considerado como uno de los más importantes pintores franceses del siglo XVIII. Se le conoce principalmente por sus naturalezas muertas y sus retratos.


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Antoine Watteau



Embarque para la isla de Citera, versión de Charlottenburg, óleo sobre lienzo, 129 x 194 cm.

Jean-Antoine Watteau (Valenciennes; 10 de octubre de 1684 - Nogent-sur-Marne; 18 de julio de 1721), pintor francés. Es uno de los grandes genios del último barroco francés y del primer rococó. Se le atribuye la creación del género de las fêtes galantes: escenas de cortejo amoroso y diversiones, con un encanto idílico y bucólico, bañadas en un aire de teatralidad. Algunos de sus temas más conocidos se inspiraron en el mundo de la comedia italiana o el ballet.




viernes, 25 de marzo de 2011

La encajera , Johannes Vermeer

La encajera o La encajera de bolillos (en neerlandés, De Kantwerkster), es una de las pinturas más conocidas del pintor holandés Johannes Vermeer. Está realizado en óleo sobre lienzo, montado sobre madera. Se calcula que fue pintado hacia1669-1670. Mide 23,9 cm de alto y 20,5 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo del Louvre de París.


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Johannes Vermeer Video

  Militar y muchacha riendo (1658)

Este es un video con una pequeña recopilación de obras 

domingo, 20 de marzo de 2011

… y respecto a Jan Vermeer en particular.


A veces sucede que descubrimos una pintura o conocemos varias obras de un artista y se da un agrado irreflexivo y una comprensión inmediata. Algo de nuestra propia forma de ver las cosas se conecta con la mirada del artista y simplemente lo “queremos”. Algo así me sucedió con Jan Vermeer, sin recordar ahora cuál era mi obra “de entrada”. Tal vez la “Encajera” (ca.1669), este pequeño retrato (20 x 24cm), que nos muestra a una mujer joven dedicada a sus labores artesanales. La luz diurna cae desde su lado izquierdo e ilumina su rostro, sus manos, y resplandece en los hilos blancos y rojos que esperan a ser trabajados.

Jan Vermeer parece haberse acercado de forma silenciosa, discreta, para no distraerla en su concentración. Pero su mirada no sólo era casual respecto al hecho, sino la propia escena parece haber llamado su atención, su asombro, hasta su cariño. Lo que nos comunica con su pintura es un momento de paz, convirtiendo un acontecimiento de aparente trivialidad en un fenómeno de pura belleza.

Y así actúan la mayoría de sus obras: Mujeres leyendo una carta, tocando un instrumento, maniobrando en la cocina o simplemente tomando un momento de sueño sentadas en la mesa. Todas sus atmósferas son tranquilas, serenas y nos permiten asomarnos a la intimidad de las protagonistas para experimentar el mismo encanto que habrá sentido Jan Vermeer.

Sin embargo puede suceder, que en el transcurso de los años uno se encuentra con interpretaciones muy distintas respecto a las obras. En varias ocasiones leí que sus escenas de interiores tienen una fuerte intención moralizante: La encajera representa las virtudes de una mujer responsable y la joven frente al espejo el vicio de la vanidad. La señora escribiendo una carta está redactando una carta de amor clandestina para un amante, el joven que está sirviendo un vaso de vino a una señorita lo hace para seducirla, y la mujer dormida en la mesa es un ejemplo de ocio y descuido por parte de un ama de casa. (“Vermeer” de Norbert Schneider).

Puede ser, por supuesto, y esta propuesta para interpretar la obra de Jan Vermeer, coincide con cierta tradición que encontramos en la pintura barroca holandesa: Bodegones y Naturalezas muertas para hablar de la futilidad de la vida o paisajes con molinos de viento que igual se interpretan como la resistencia protestante frente a las tormentas de la época.

Pero allí está la libertad de nuestra propia percepción y las conjeturas que realizamos al apreciar el arte. En lo personal, nunca sentí que Jan Vermeer quiere enseñarme de cómo ha de actuar la mujer ejemplar en su propia casa. Y, por suerte, uno se encuentra igual con otros comentarios que respaldan la propia experiencia:
Fritz Baumgart, por ejemplo, escribe que el arte de Jan Vermeer es un homenaje a la belleza de la luz y del color. Se refiere directamente a la obra “La joven con el vaso de vino” (ca.1662) y dice: “El hecho de que una dama recibe la visita de dos jóvenes no queda retratado como moraleja oculta, ni como ensalzamiento que evidencia la inmoralidad. Lo que nos “cuenta” Vermeer es el rojo del vestido, el verde-marrón de los trajes de los caballeros, el gris cálido de las paredes, la ventana con sus vitrales, el brillo del mantel y del jarrón, el amarillo intenso de los limones – la existencia silenciosa de un mundo bañado en el milagro de la luz.”

Y Verónica Loera y Chávez comenta: “Un pequeño cuarto iluminado por la luz que penetra por la ventana. El personaje que aparece es una mujer que sirve leche. La luz invade la atmósfera: el rostro de la mujer, su sombrero, su cuello y brazos; luz en los panes servidos sobre la mesa, en las jarras, cazuelas y canastas que los acompañan; también resplandece el metal de la canasta colgada en el rincón del cuarto, es más tenue, sólo un reflejo; (…) Ella podría estar tocando algún instrumento, leyendo una carta o bordando una tela. La composición sería prácticamente la misma: ventana, luz, personaje; objetos, cuadros o mapas colgados en la pared; telas con magníficos bordados que contrastan con la simplicidad de la luz que entra por las ventanas e irradia el espacio. Mujeres silenciosas y concentradas, enigmas del entorno que las acompaña. (…) Obtenemos el rigor de una vida perfeccionista donde lo sencillo es sinónimo de grandeza, todo es impecable y pulcro al igual que la técnica pictórica utilizada por Jan Vermeer.”
Y más adelante declara: “A mis amigas feministas no les apasionarían estos personajes: son el prototipo de las mujeres del encierro hogareño que cumplen las funciones que les han sido asignadas socialmente; mujeres que pasan su vida en la casa, cosiendo, en la cocina, mujeres embarazadas, mujeres en la eterna espera. Sin embargo, hay en ellas una labor intelectual que se presume rigurosa: la música y la literatura son parte de su vida: mujeres lectoras, poetas, músicas con un gusto por la vida y una paz interior envidiable.”

Hasta aquí algunas otras voces. Indudablemente hay que observar las obras de arte, apreciarlas y sentir su mensaje para poder llegar a un juicio. A fin de cuentas dependerá de nuestra propia mirada qué es lo que queremos ver y encontrar…, en mi caso, hablando de Vermeer, nunca he visto otra cosa que el encanto silencioso de instantes cotidianos.

sábado, 19 de marzo de 2011

Respecto a la pintura holandesa en el Barroco…


Estimados alumnos,
quisiera agregar todavía algunas reflexiones respecto a los grandes representantes de la pintura barroca en Holanda, en particular Frans Hals, Rembrandt van Rijn y Jan Vermeer. De pronto uno se encuentra con datos o detalles de su vida que pueden prestarse para la confusión o nos parecen contradictorios: Frans Hals, por ejemplo, nace en Amberes, la capital de Flandes, perteneciente al Imperio español por estas fechas. A pocos años, su familia se traslada a Haarlem, una ciudad en Holanda, independiente de España desde 1648. Allí emprende su vida y su obra, formando parte de todo el desarrollo particular de la pintura holandesa del siglo 17. Sin embargo, por el simple hecho de haber nacido en Amberes, queda clasificado como “pintor flamenco” (= de Flandes), lo que lo sitúa en un contexto artístico que francamente no es el suyo.
Respecto a su vida y trayectoria goza y sufre condiciones parecidas como su paisano Rembrandt: una fase de gran aceptación y reconocimiento artístico, seguido por un distanciamiento de clientes, hasta terminar en la bancarrota económica. Podríamos explicarnos estos cambios por la típica conducta de un mercado libre donde cambian constantemente las modas: lo que resulta atractivo en un momento, veinte años más tarde ya no lo es.
Sin embargo es interesante, observar que las razones que disgustaron a los clientes de ambos eran similares: Los retratos de Frans Hals de pronto parecían “demasiado humanos” para el gusto común, sin porte, sin aire distinguido, sin resaltar la posición social que ocupaba el cliente. Precisamente lo que hoy nos agrada tanto de sus rostros, la condición humana sin pretensiones, era lo que provocaba que la demanda retrocediera. Esto significa que la sociedad holandesa, a pesar de su orgullo de autonomía política, parecía observar de reojo el arte de Flandes, tan lleno de un aire aristocrático: tal como lo vemos en la obra de Peter Paul Rubens y sus grandes seguidores como Anton van Dyck.
Algo parecido le sucedió a Rembrandt: Cuando presenta su obra maestra la “La ronda de noche” en 1642, encargado por la “Corporación de Arcabuceros de Ámsterdam” para decorar la sede de la milicia, la reacción de los clientes era reservada. Habían esperado un retrato grupal en el cual cada uno de los miembros de la corporación hubiera quedado representado de forma favorable, todos igual de “visibles” (porque todos pagaron lo mismo), para poder experimentar el gusto de encontrar su propio rostro en un cuadro monumental, público y con cierta finalidad de estatus.
Lo que había hecho Rembrandt era otra cosa: Presentaba una escena demasiado casual en la cual la compañía se preparaba para recorrer la ciudad en su misión de vigilantes del orden. Niños y perros atraviesan la composición, algunos miembros quedan casi invisibles. Esta frescura, sencillez y naturalidad de la concepción de la obra, este instante de una labor digna captada en una pintura, no era del gusto de los clientes. Predominaba su “discreta vanidad” y poco a poco los encargos oficiales se disminuyeron.
Y otra cosa quisiera agregar respecto a Rembrandt: Habíamos comentado que la Iglesia protestante desde su formación, eliminaba las representaciones bíblicas de sus iglesias, lo que significaba, por supuesto, una gran pérdida, considerando el papel de mecenazgo que representaba la Iglesia para la tradición artística occidental.
Ahora, si observan la obra de Rembrandt en toda su trayectoria, se encontrarán con múltiples, pinturas y grabados,  que se dedican al Antiguo y Nuevo Testamento: una aparente contradicción. Sin embargo, las condiciones en el arte nunca son absolutas. Por supuesto existían coleccionistas o aficionados al tema que solicitaban representaciones de índole religiosa para sus propias casas. La confesión protestante es una propuesta estrechamente relacionada con la Biblia y el acontecimiento concreto que se narra en ella. También el propio personaje Rembrandt se le puede considerar un ser humano dedicado a la fe cristiana. De esta forma encontramos escenas bíblicas, que hasta pueden haber nacido por inquietud propia de él, con un profundo sentido humano. Rembrandt nos habla siempre de la humildad y sinceridad de la persona que cree, que acepta el destino incierto de nuestra especie y sin embargo no pierde la esperanza. ¡Observen sus ciclos de grabado, sus dibujos y su mano de trazos instantáneos que captan momentos de comunión!

Hasta aquí por el momento…, mañana les comunico algunas interpretaciones distintas respecto a la obra de Jan Vermeer.