A veces sucede que descubrimos una pintura o conocemos varias obras de un artista y se da un agrado irreflexivo y una comprensión inmediata. Algo de nuestra propia forma de ver las cosas se conecta con la mirada del artista y simplemente lo “queremos”. Algo así me sucedió con Jan Vermeer, sin recordar ahora cuál era mi obra “de entrada”. Tal vez la “Encajera” (ca.1669), este pequeño retrato (20 x 24cm), que nos muestra a una mujer joven dedicada a sus labores artesanales. La luz diurna cae desde su lado izquierdo e ilumina su rostro, sus manos, y resplandece en los hilos blancos y rojos que esperan a ser trabajados.
Jan Vermeer parece haberse acercado de forma silenciosa, discreta, para no distraerla en su concentración. Pero su mirada no sólo era casual respecto al hecho, sino la propia escena parece haber llamado su atención, su asombro, hasta su cariño. Lo que nos comunica con su pintura es un momento de paz, convirtiendo un acontecimiento de aparente trivialidad en un fenómeno de pura belleza.
Y así actúan la mayoría de sus obras: Mujeres leyendo una carta, tocando un instrumento, maniobrando en la cocina o simplemente tomando un momento de sueño sentadas en la mesa. Todas sus atmósferas son tranquilas, serenas y nos permiten asomarnos a la intimidad de las protagonistas para experimentar el mismo encanto que habrá sentido Jan Vermeer.
Sin embargo puede suceder, que en el transcurso de los años uno se encuentra con interpretaciones muy distintas respecto a las obras. En varias ocasiones leí que sus escenas de interiores tienen una fuerte intención moralizante: La encajera representa las virtudes de una mujer responsable y la joven frente al espejo el vicio de la vanidad. La señora escribiendo una carta está redactando una carta de amor clandestina para un amante, el joven que está sirviendo un vaso de vino a una señorita lo hace para seducirla, y la mujer dormida en la mesa es un ejemplo de ocio y descuido por parte de un ama de casa. (“Vermeer” de Norbert Schneider).
Puede ser, por supuesto, y esta propuesta para interpretar la obra de Jan Vermeer, coincide con cierta tradición que encontramos en la pintura barroca holandesa: Bodegones y Naturalezas muertas para hablar de la futilidad de la vida o paisajes con molinos de viento que igual se interpretan como la resistencia protestante frente a las tormentas de la época.
Pero allí está la libertad de nuestra propia percepción y las conjeturas que realizamos al apreciar el arte. En lo personal, nunca sentí que Jan Vermeer quiere enseñarme de cómo ha de actuar la mujer ejemplar en su propia casa. Y, por suerte, uno se encuentra igual con otros comentarios que respaldan la propia experiencia:
Fritz Baumgart, por ejemplo, escribe que el arte de Jan Vermeer es un homenaje a la belleza de la luz y del color. Se refiere directamente a la obra “La joven con el vaso de vino” (ca.1662) y dice: “El hecho de que una dama recibe la visita de dos jóvenes no queda retratado como moraleja oculta, ni como ensalzamiento que evidencia la inmoralidad. Lo que nos “cuenta” Vermeer es el rojo del vestido, el verde-marrón de los trajes de los caballeros, el gris cálido de las paredes, la ventana con sus vitrales, el brillo del mantel y del jarrón, el amarillo intenso de los limones – la existencia silenciosa de un mundo bañado en el milagro de la luz.”
Y Verónica Loera y Chávez comenta: “Un pequeño cuarto iluminado por la luz que penetra por la ventana. El personaje que aparece es una mujer que sirve leche. La luz invade la atmósfera: el rostro de la mujer, su sombrero, su cuello y brazos; luz en los panes servidos sobre la mesa, en las jarras, cazuelas y canastas que los acompañan; también resplandece el metal de la canasta colgada en el rincón del cuarto, es más tenue, sólo un reflejo; (…) Ella podría estar tocando algún instrumento, leyendo una carta o bordando una tela. La composición sería prácticamente la misma: ventana, luz, personaje; objetos, cuadros o mapas colgados en la pared; telas con magníficos bordados que contrastan con la simplicidad de la luz que entra por las ventanas e irradia el espacio. Mujeres silenciosas y concentradas, enigmas del entorno que las acompaña. (…) Obtenemos el rigor de una vida perfeccionista donde lo sencillo es sinónimo de grandeza, todo es impecable y pulcro al igual que la técnica pictórica utilizada por Jan Vermeer.”
Y más adelante declara: “A mis amigas feministas no les apasionarían estos personajes: son el prototipo de las mujeres del encierro hogareño que cumplen las funciones que les han sido asignadas socialmente; mujeres que pasan su vida en la casa, cosiendo, en la cocina, mujeres embarazadas, mujeres en la eterna espera. Sin embargo, hay en ellas una labor intelectual que se presume rigurosa: la música y la literatura son parte de su vida: mujeres lectoras, poetas, músicas con un gusto por la vida y una paz interior envidiable.”
Hasta aquí algunas otras voces. Indudablemente hay que observar las obras de arte, apreciarlas y sentir su mensaje para poder llegar a un juicio. A fin de cuentas dependerá de nuestra propia mirada qué es lo que queremos ver y encontrar…, en mi caso, hablando de Vermeer, nunca he visto otra cosa que el encanto silencioso de instantes cotidianos.
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