Estimados alumnos,
quisiera agregar todavía algunas reflexiones respecto a los grandes representantes de la pintura barroca en Holanda, en particular Frans Hals, Rembrandt van Rijn y Jan Vermeer. De pronto uno se encuentra con datos o detalles de su vida que pueden prestarse para la confusión o nos parecen contradictorios: Frans Hals, por ejemplo, nace en Amberes, la capital de Flandes, perteneciente al Imperio español por estas fechas. A pocos años, su familia se traslada a Haarlem, una ciudad en Holanda, independiente de España desde 1648. Allí emprende su vida y su obra, formando parte de todo el desarrollo particular de la pintura holandesa del siglo 17. Sin embargo, por el simple hecho de haber nacido en Amberes, queda clasificado como “pintor flamenco” (= de Flandes), lo que lo sitúa en un contexto artístico que francamente no es el suyo.
Respecto a su vida y trayectoria goza y sufre condiciones parecidas como su paisano Rembrandt: una fase de gran aceptación y reconocimiento artístico, seguido por un distanciamiento de clientes, hasta terminar en la bancarrota económica. Podríamos explicarnos estos cambios por la típica conducta de un mercado libre donde cambian constantemente las modas: lo que resulta atractivo en un momento, veinte años más tarde ya no lo es.
Sin embargo es interesante, observar que las razones que disgustaron a los clientes de ambos eran similares: Los retratos de Frans Hals de pronto parecían “demasiado humanos” para el gusto común, sin porte, sin aire distinguido, sin resaltar la posición social que ocupaba el cliente. Precisamente lo que hoy nos agrada tanto de sus rostros, la condición humana sin pretensiones, era lo que provocaba que la demanda retrocediera. Esto significa que la sociedad holandesa, a pesar de su orgullo de autonomía política, parecía observar de reojo el arte de Flandes, tan lleno de un aire aristocrático: tal como lo vemos en la obra de Peter Paul Rubens y sus grandes seguidores como Anton van Dyck.
Algo parecido le sucedió a Rembrandt: Cuando presenta su obra maestra la “La ronda de noche” en 1642, encargado por la “Corporación de Arcabuceros de Ámsterdam” para decorar la sede de la milicia, la reacción de los clientes era reservada. Habían esperado un retrato grupal en el cual cada uno de los miembros de la corporación hubiera quedado representado de forma favorable, todos igual de “visibles” (porque todos pagaron lo mismo), para poder experimentar el gusto de encontrar su propio rostro en un cuadro monumental, público y con cierta finalidad de estatus.
Lo que había hecho Rembrandt era otra cosa: Presentaba una escena demasiado casual en la cual la compañía se preparaba para recorrer la ciudad en su misión de vigilantes del orden. Niños y perros atraviesan la composición, algunos miembros quedan casi invisibles. Esta frescura, sencillez y naturalidad de la concepción de la obra, este instante de una labor digna captada en una pintura, no era del gusto de los clientes. Predominaba su “discreta vanidad” y poco a poco los encargos oficiales se disminuyeron.
Y otra cosa quisiera agregar respecto a Rembrandt: Habíamos comentado que la Iglesia protestante desde su formación, eliminaba las representaciones bíblicas de sus iglesias, lo que significaba, por supuesto, una gran pérdida, considerando el papel de mecenazgo que representaba la Iglesia para la tradición artística occidental.
Ahora, si observan la obra de Rembrandt en toda su trayectoria, se encontrarán con múltiples, pinturas y grabados, que se dedican al Antiguo y Nuevo Testamento: una aparente contradicción. Sin embargo, las condiciones en el arte nunca son absolutas. Por supuesto existían coleccionistas o aficionados al tema que solicitaban representaciones de índole religiosa para sus propias casas. La confesión protestante es una propuesta estrechamente relacionada con la Biblia y el acontecimiento concreto que se narra en ella. También el propio personaje Rembrandt se le puede considerar un ser humano dedicado a la fe cristiana. De esta forma encontramos escenas bíblicas, que hasta pueden haber nacido por inquietud propia de él, con un profundo sentido humano. Rembrandt nos habla siempre de la humildad y sinceridad de la persona que cree, que acepta el destino incierto de nuestra especie y sin embargo no pierde la esperanza. ¡Observen sus ciclos de grabado, sus dibujos y su mano de trazos instantáneos que captan momentos de comunión!
Hasta aquí por el momento…, mañana les comunico algunas interpretaciones distintas respecto a la obra de Jan Vermeer.
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