miércoles, 6 de abril de 2011

(2) El Neoclasicismo: Una estética al servicio de la política y a la vez sueño de los más altos valores.


Con este texto, que quiero subir en tres partes, procuro sintetizar nuestras pláticas respecto al Neoclasicismo en el aula y agregar todavía algunas reflexiones más.
Ahora, la “parte 2”:

En clase compartimos una mirada breve a esta corriente que tal vez se pueda considerar uno de los últimos estilos integrales que nacen en Europa haciendo coincidir a la arquitectura, escultura y pintura en un solo “sueño estético”. Cuatro personajes, Jacques Louis David, Antonio Canova, Bertel Thorvaldsen y Jean-Auguste Dominique Ingres, así como varios ejemplos de arquitectura, nos dieron la posibilidad para apreciar algunas características principales de este estilo.

Empecemos recordando a David, pintor francés, que recibió una gran aceptación al presentar su propuesta que transportaba a sus contemporáneos hacia tiempos de la Antigua Roma. En particular sus referencias a la joven República Romana, como en los cuadros “El juramento de los tres Horacios” (1784) o “Lictores llevando a Bruto sus hijos muertos” (1789), convierten las leyendas antiguas en códigos de conducta para el buen revolucionario: Hay que dejar atrás apegos sentimentales, intereses personales, y asumir la responsabilidad por el bien común. El propio Jacques Louis David parece haber simpatizado de forma entusiasta con los propósitos de la Revolución Francesa a punto de estallar y, tanto él como su público, se identificaron con una valentía patriótica al “estilo clásico”.
   Pero, por supuesto, no sólo se trataba de una coincidencia respecto a ciertas condiciones políticas: la existencia de una antigua república romana y el anhelo de una república francesa, sino durante todo el siglo 17 había despertado -una vez más y no sólo en Francia- un interés intenso por la Antigüedad clásica. 

El Neoclasicismo es indudablemente el reflejo estético de una época que buscaba rescatar la visión de un ser humano pensante, reflexivo y dotado con una voluntad precisa para definir su propio destino. Desde la perspectiva de la Ilustración el Barroco se consideraba un segundo oscurantismo, igual como la Edad Media, bajo el yugo de la Iglesia católica que controlaba cada expresión de un pensamiento independiente. En este sentido la razón humana “renacida” se relacionaba directamente con la libertad, porque permitía la posibilidad de auto determinarse: asumir una responsabilidad individual y social para proyectar con juicio un futuro diferente.

Las excavaciones de Pompeya y Herculaneum en 1742 (dos ciudades romanas que desde el siglo 1 d.C. habían quedado “petrificadas” bajo la lava del volcán Vesubio) promovieron todavía la fascinación por aquella época, igual como el surgimiento de los primeros historiadores de arte que elogiaban la perpetua belleza del arte clásico. (Por ejemplo Johann Joachim Winckelmann en “Reflexión sobre la imitación de las obras de arte griego”, 1755; él afirma que el deleite más profundo se da al contemplar una sencillez noble y grandeza serena, llevado a la perfección por parte de los griegos).

Por esta razón podemos imaginarnos que la propuesta de la arquitectura neoclásica cumple por lo menos con dos objetivos: Por una parte se trata de una estética que acompañaba al discurso político y, exagerando todavía un poco más las dimensiones, comunica indudablemente firmeza y poder de una nación. Tal es el caso de las obras que Napoleón mandó a construir en Paris o también el propio Capitolio de los Estados Unidos: Dos naciones que manifestaron su autoestima al mundo, después de haber realizado cambios tan trascendentes como una revolución o una independencia.

Resulta interesante observar que la coalición anti napoleónica -Inglaterra y Prusia (Alemania)- en vez de optar por una referencia directa a los romanos, se identificaron más con los griegos. Quiere decir, sus obras buscaron reflejar, en tendencia, la esencia de una propuesta clásica, sin llegar a lo monumental: claridad, orden, sencillez y serenidad como virtudes del ser pensante, aplicadas a teatros, museos, bibliotecas o universidades, los nuevos lugares de “culto”. Allí está un segundo objetivo de la arquitectura neoclásica: más allá de la retórica política buscaba representar los más altos valores de la época.
   Como ejemplo quisiera mencionar a un arquitecto alemán, Karl Friedrich Schinkel, (1781 - 1841) que comprende su obra como un ennoblecimiento de la vida humana. Él considera el papel de la arquitectura como una educación estética que contribuye en el mejoramiento moral de una sociedad…, y con esta visión anticipa las reflexiones de Walter Gropius, fundador de la Bauhaus, cien años más tarde.

Recordemos ahora algunos aspectos de la escultura neoclásica. Los personajes que observamos en clase son Antonio Canova y Bertel Thorvaldsen. El primero es italiano y se encuentra en la mejor tradición escultórica desde la Antigüedad: trabajar el mármol blanco y plasmar la belleza humana. Por esta misma razón se trasladó el segundo, de origen danés, a Roma, donde encontró su segunda casa. Al apreciar la obra de ambos difícilmente vamos a coincidir en qué nos despierta. Si me refiero directamente a las esculturas que observamos, la “Paulina Bonaparte como Venus” (1804 - 1808), “Amor y Psique” (1786 - 1793), ambos de Canova, o el “Jasón con el vellocino de oro” (1803) de Thorvaldsen, tengo que confesar que algo me hace falta. Veo el mármol perfectamente esculpido, dioses y héroes de la mitología antigua, “poses clásicas”, pero no me siento envuelta en la belleza física-anímica que se nutre de una grandeza interior.

Se me viene a la mente una frase de Paul Cézanne: “La modestia deriva de la conciencia de la propia fortaleza”, quiere decir: lo bello no necesita demostrar nada, simplemente “es”. Y una frase opuesta sería: “Dime de qué presumes y te digo de qué careces”. Tal vez es esta modestia que no encuentro, la sencillez y la bondad de un ser que está bien consigo mismo y, al contrario,  lo que veo es el afán de igualarse a otra época, como para decir: “Nuestro arte se ve igual como el arte antiguo, por eso somos igual de grandes”. La escultura neoclásica parece “cortar camino”, no parte de la observación de la naturaleza humana, sino imita a otro arte ya existente. El resultado puede resultar sin calor y sin vida.
   Pero, (siempre hay un “pero”…), también recuerdo una escultura que conozco desde mi niñez: El “Johannes Gutenberg” (1837) de Bertel Thorvaldsen que se encuentra en mi ciudad natal Mainz (Maguncia) en Alemania: Frente al teatro se erige el maestro en bronce sobre un pedestal, cargando en su brazo izquierdo la Biblia impresa y en la mano derecha los tipos móviles. Porta un abrigo que le llega hasta los pies y con su barba larga y una expresión pensativa se ve como una persona imponente sin ser ostentosa. Siempre me parecía un retrato digno que equilibra entre el hombre concreto que era Gutenberg y un espirito trascendente.

Y otro ejemplo se me viene a la mente de Johann Gottfried Schadow (1764 - 1850), el mismo que realizó la Cuadriga sobre la Puerta de Brandenburgo: ¡Observen su obra “Escultura doble de las princesas Louise y Friederike” de 1795! Aquí el artista logró una representación encantadora de las dos hermanas de la realeza de Prusia. La mayor tiene 17 años y abraza a su hermana menor de 15 años, mientras ella levanta su brazo izquierdo para tocar la mano de su hermana. Están llenas de gracia y sencillez humana en su porte y expresión. ¡Pero! La mayor se casó poco después con el futuro emperador Friedrich Wilhelm III y este hizo desaparecer la estatua en un sótano por parecerle “demasiado informal”…

Pero voy concluyendo, y falta todavía el personaje Jean-Auguste Dominique Ingres. Este pintor francés, ya la segunda generación después de Jacques Louis David, es también uno de los artistas que me provocan cierta ambigüedad que me dificulta llegar a un juicio estético. Aquí ya no hay discursos ni sobre el patriotismo, ni respecto al ser pensante…, simplemente entramos en el reino de una belleza desinteresada plasmada a través de desnudos femeninos perfectos. ¿Son bellas?

Sin duda alguna cautiva la técnica pictórica de Ingres, como por ejemplo en la “Bañista de Valpinçón” (1808) o en la “Gran Odalisca” (1814). Su trazo es puro y límpido. Ni siquiera una pincelada distrae de las pieles inmaculadas que estamos invitados a contemplar. Sentadas o recostadas nos dan la espalda o giran con cierta indiferencia su cabeza hacia nosotros. No buscan representar nada más, ninguna emoción, ni valores, ni ideales. Simplemente son habitantes de un mundo imaginario que sólo existe en el arte. En este sentido cumplen, tal vez, con una expectativa que la mayoría de las personas tienen respecto al arte en sí: proporcionarnos una experiencia estética inmediata, sin dimensión reflexiva, sin tener que “buscarle más”. Todo está a la vista, técnica perfecta, cuerpos perfectos y frente a ellas (tengo que confesarlo) desaparece por un instante cualquier preocupación de este mundo.

Ingres se me hace un personaje que no se puede discutir, no encuentro argumentos convincentes ni a favor ni en contra de él. Es otro caso donde alguien podría exclamar ¡Lo quiero! y otro con justa razón ¡Me aburre!..., pero seguro que durante todo el siglo XIX sucedió lo primero.


1 comentario:

  1. Desde hace unos días quería comentar y no había encontrado la oportunidad para hacerlo, well, veamos… Como te comentaba el sábado (me parece…) al inicio de la clase, es triste ver cómo una corriente que retoma a los romanos en cuanto a anatomía y temas artísticos/políticos/sociales, se conforman con tomar tan poco de ellos, plasmando sólo lo que necesitan, dejando de lado el resto de ideales grecorromanos; siempre he sentido al arte neoclásico como un objeto vacío, dónde el cascarón es lo importante aunque el contenido esté hueco; como bien dices, es una corriente que no me transmite nada, son cuadros, edificaciones y estructuras hermosas, bellísimas, funcionales pero sin alma, totalmente son como muñecos en una aparador, están por estár, existen por existir pese a que su existencia está ligada a la representación de los buenos modales y un cánon de ciudadano perfecto a seguir.

    Tal vez esto último es más claro cuando vemos las pinturas de David… A él jamás se le hubiera ocurrido que estaba traicionando el significado del arte puro, ‘No,’ hubiera dicho él, ‘Estoy convirtiendo al arte en algo funcional, en algo noble, como siempre, como todos’ y exactamente ha sido así siempre, lo que en un inicio encargaba la iglesia, en esta era de la Ilustración el absolutismo y la política enmarcan la gustosa necesidad de usar el arte para su beneficio, es como iglesia revolucionaria. El propósito es un arte diseñado para que aquellos que lo vean se conviertan en ciudadanos virtuosos, ¿El ejemplo más claro? La muerte de Marat, esta pintura es tan perfecta, trágica y poética ¡Que uno casi lo cree! Pero en mi caso, y el de muchos, supongo, tanto arte disfrazado para mejorar la sociedad, tiene el efecto contrario, porque es una gran mentira.

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