miércoles, 20 de abril de 2011

Estilos, sólo aparentemente opuestos


Es un fenómeno que nos encontramos con nombres de diferentes corrientes, como “Neoclasicismo”, “Romanticismo” o “Realismo” y nos sugieren que se trate de propuestas determinadas con características propias y exclusivas, claramente distinguibles entre un estilo y otro.

Pero, francamente, no es así. Las aportaciones artísticas, no importa si se trate de arquitectura, escultura, pintura, música o literatura, no se dejan encajonar como propiedad de una corriente en particular.

Personalmente siempre me han llamado la atención los límites desvanecidos entre el Neoclásico y el Romanticismo, dos propuestas aparentemente opuestas: Aquí chocan el temperamento apolíneo y el dionisíaco, el primero se identifica con los ideales de la Ilustración, el segundo proclama la duda respecto al ser humano como ser pensante, reconociendo su dimensión oculta, indomada y profundamente emocional.

Los dos estilos viven paralelamente entrando al siglo XIX y el gran tiempo de ambos se extingue alrededor de 1850. El Romanticismo es la directa respuesta al Neoclasicismo y sin embargo sorprende que existen numerosos personajes que se pueden considerar tanto clasicistas, como también romanticistas.

El primero que se me viene a la mente es Karl Friedrich Schinkel (1781 - 1841), el arquitecto alemán que ya mencioné en el texto “Neoclasicismo, parte 2”. Si observan el breve video de su obra en nuestro blog, se sorprenderán tal vez de la diversidad de su obra: Encontramos propuestas claramente clasicistas, como el teatro de Berlín, pero de pronto construye iglesias que parecen retomar un aire medieval, como por ejemplo la iglesia de Friedrichswerder. También destacó como pintor y sus obras hasta prefieren escenarios romanticistas, como en “Catedral gótica al lado del agua” (1813) o “Castillo al lado del río” (1815).

¿Qué sucede aquí? Un hombre ilustrado, sensible para la belleza clásica que para él representa valores como claridad, orden y armonía, se explaya en visiones nostálgicas que celebran la arquitectura sublime de un pasado nacional. ¿Es contradictorio?

Recordemos por un momento la situación política de estos tiempos: Acaba de pasar un gran intento que buscaba terminar definitivamente con el Absolutismo y constituir un nuevo orden social que es la Revolución Francesa. Napoleón, a pesar de ser “producto” de esta iniciativa, convierte los propósitos originales en su contrario al adoptar la actitud de un emperador con intereses enfermizos que se realizan en invasiones bélicas por toda Europa. La coalición anti napoleónica, Inglaterra y Prusia (Alemania), para hacer frente a las imposiciones francesas culturales, glorifican su propio pasado donde la arquitectura gótica recibe una dimensión simbólica: Nos habla de grandeza e identidad de un pueblo que se opone a la moda napoleónica al estilo romano.

En este sentido no sorprende que particularmente en Inglaterra y Alemania nace un fenómeno arquitectónico que se llama “Neogótico”. ¡Observen el parlamento en Londres, construido entre 1840 y 1888! Parece una fortaleza medieval en todo su esplendor. También es el momento en que se dan asociaciones artísticas como “Los Prerrafaelistas” (1848) que retoman un ideal estético “antes del Renacimiento”: En sus pinturas abundan elfos, princesas y caballeros medievales, las leyendas del Rey Arturo o del mago Merlín. Paralelamente en Alemania se da un gran movimiento literario que colecciona por primera vez los cuentos de hadas que sólo existían como tradición oral, allí destacan los hermanos Grimm. Y ahora ya no nos extrañan las tantas ruinas góticas que encontramos en las pinturas de Caspar David Friedrich: Nos remiten directamente a un pasado histórico donde (para ellos) existía unidad e integridad popular. Esta proyección es romanticista. Es un lamento que medita lo perdido y la añoranza de mejores tiempos se desahoga en el lienzo.

Lo mismo sucede con las propuestas góticas de Karl Friedrich Schinkel que alternan con las referencias a los antiguos griegos: Ambas épocas, tanto la Antigüedad clásica, como la Edad Media, representan modelos sociales y culturas estéticas que brindan una orientación en tiempos de confusión política y pérdida de identidad.

Pero hay todavía otra reflexión que nos resuelve la aparente contradicción de tendencias clásicas y romanticistas dentro de una sola persona. Aquí nos ayuda Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 - 1900): En “El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música” (1872) examina los dos temperamentos estéticos principales, lo apolíneo y lo dionisíaco, buscando una compensación entre ambos para encontrar un equilibrio que corresponde a la propia naturaleza humana. Quiere decir, de por sí, todos reunimos anhelos de orden y claridad, soberanía y auto determinación con otros deseos de entrega plena al mundo emocional, al derroche y la embriaguez sentimental.

Y, para concluir, quiero relacionar todavía a un personaje más con este tema: Alexander von Humboldt (1769 - 1859), geógrafo, naturalista y explorador prusiano-alemán. “Naturalista” significaba por estos tiempos una formación profesional que incluía conocimientos respecto a la etnografía, antropología, física, zoología, ornitología, climatología, oceanografía, astronomía, geografía, geología, mineralogía, botánica, vulcanología y el humanismo. Quiere decir, estamos indudablemente frente a una persona de espíritu ilustrado que reúne inquietudes científicos con preocupaciones morales. Pero allí todavía no hay ninguna ambigüedad, sino en el hecho de enfrentar dos compromisos que asume para su propio proyecto de vida: el de servir como científico a su nación y el deseo incansable de viajar. Aquí está su espíritu romántico que añora descubrir lo desconocido, abandonar las seguridades cotidianas y entregarse de pleno a la aventura emocionante. Humboldt inicia sus grandes viajes a la edad de 30 años. Parte de España para llegar a Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador, México y los Estados Unidos y atraviesa de nuevo el océano regresando a Francia. El viaje dura seis años y es apenas el inicio de múltiples excursiones futuras, entre las cuales cruza el enorme país de Rusia hasta llegar a la frontera de China. 

Por supuesto había “razones oficiales” para estos viajes, antes de todo estudios mineralógicos y botánicos, pero leyendo sus bitácoras de viaje nos encontramos con un hombre perdidamente emocionado con la naturaleza. ¡Descubran sus textos! Nos comparte la plena noche estrellada del trópico, los sonidos nocturnos de la fauna silvestre en la selva o la majestuosidad de los volcanes que son todas experiencias de lo sublime. Reconociendo su inferioridad se siente en casa dentro del gran orden cósmico, amigo de flora y fauna y el ser explorador significa para él acercarse a un ideal de amor y felicidad: “Hay que permanecer sereno y firme en compañía de la naturaleza, para no perderse entre los conflictos humanos”. Si todavía no conocieron a Humboldt… ¡allí les espera su obra!

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